CUANDO ELLAS ELIGEN Y NOSOTROS NO
No podría explicar el motivo por el cual ellas tres, en aquel entonces, habían decidido encontrarse al mismo tiempo y en ese preciso lugar. Tal vez sin buscarlo, tal vez sin quererlo. No lo sé. No tiene importancia tampoco. Habían ingresado sorpresivamente, sin previo aviso, así como quien irrumpe antes de llamar a la puerta; y como si esto fuera poco, lo habían hecho las tres juntas. Y esa era la cuestión ahora.
El sitio era gigantesco, con una característica muy particular: entre su constitución, había varios laberintos, algunos menos imponentes que otros, pero no por eso menos delicados. Ellas, a quienes ahora podemos llamar M, E y L, habían optado por el laberinto más grande y más frágil de todos. El mismo estaba lleno de vericuetos, surcos, hendiduras y cisuras. Sin embargo, eso no era sorpresa para ellas y tampoco parecía generarles miedo, al menos no a primera vista. Las tres conocían ese lugar en profundidad, cada recoveco les era muy familiar. No había forma que pudieran perderse allí adentro.
La estructura del laberinto donde ellas se encontraban era de características poco comunes. El mismo tenía una forma extraña, algo así como un riñón, pero ubicado de forma horizontal. El piso no era algo estático ni de material duro, sino más bien líquido, arenoso y movedizo. Este lugar estaba cubierto por paredes finas y bastante sensibles. Tenían una textura un tanto especial, tal vez un poco rugosa. El ancho era parecido al de una lámina. Pero no era fácil ingresar a dicho lugar, y no cualquiera podía lograrlo. Las paredes eran las encargadas de evitar dicha entrada, pero su delgadez y fragilidad no les impedía cumplir con su función de protección. Sin embargo, una vez adentro, era muy difícil lograr la salida de quienes ingresaban. A pesar de eso, y a diferencia de cualquier otro laberinto, en este caso, la importancia no radicaba en encontrar la salida, sino en no encontrarla primero. Es decir, ellas debían encontrar la forma de no llegar a destino antes que sus compañeras. La última en dar con la salida, sería la vencedora. Las otros dos, pagarían con su propia vida.
La aventura comenzó en el mismo instante en el que se encontraron. No tuvieron tiempo de deliberar acerca de las posibles estrategias sobre cómo encarar aquello que las esperaba. Sólo se trataba de accionar, y a medida que iban recorriendo el laberinto, ver cómo resolver el dilema que las aquejaba en ese momento. A pesar de conocer cada vericueto de dicho lugar casi de memoria, la hazaña parecía que iba a ser larga, y el camino, bastante arduo. Había obstáculos por vencer también, los cuales debían ser sorteados en tiempo y forma. De modo contrario, éstos podrían ocasionar su muerte a mitad de camino, lo que las sacaría instantáneamente de juego.
El viaje por dicho laberinto fue duro y largo. Por momentos las tres compañeras viajaban juntas, y por otros, separadas. Cada una iba a una velocidad tan extrema que casi no se las veía, algo así como si hubiesen sido eyectadas por la base de un cohete. Sin embargo, eso no les impedía manejarse con la precaución y el cuidado necesarios para estar atentas a los obstáculos que se iban presentando. Éstos, no eran propios de la estructura del laberinto, sino que iban apareciendo al azar y de modo sorpresivo. Los mismos eran de distintos tipos, y según el caso, iban generando diferentes efectos. Algunos eran algo así como líquidos que tornaban el camino en algo muy viscoso, generando mucha resistencia y dificultando el avance para estas tres compañeras. Otras veces, aparecían sustancias parecidas a algún químico. Éstas generaban una reacción alérgica tal que si ellas no lograban escabullirse por alguna grieta del camino, podían quedar ciegas, o, aún peor, morir de asfixia. De repente, aparecían una suerte de bolas de fuego que venían a una velocidad casi tan rápida como a la que iban ellas. Pero al conocer muy bien el laberinto, ellas por lo general lograban esconderse en alguna cisura. Esto les permitía escapar del efecto devastador de dichas bolas.
Ellas se alimentaban del propio laberinto, de aquello que iban encontrando a lo largo de su recorrido. Pero no comían cualquier cosa, su especialidad era ir devorando algunas partes claves de la estructura y composición del lugar. Esto no sólo les daba fuerzas para seguir viajando, sino que a la vez, iba devastando poco a poco el sitio, logrando que los obstáculos fueran cada vez más débiles para terminar con ellas.
A pesar de parecer estar viviendo algo así como una batalla, en donde el único objetivo era simplemente dar con el exterminio de estas tres compañeras de viaje, estos obstáculos eran bien recibidos por cada una de ellas. No sólo hacían de este recorrido un deporte extremo, sino que, si los mismos eran sorteados en tiempo y forma, se transformaban en una especie de ayuda para lograr sus objetivos: no llegar primeras a destino.
Mientras recorrían cada una de las ramificaciones de este laberinto, mezclados con esta suerte de ataques, se apersonaban otros compañeros de viaje. Por momentos, aparecía la risa descontrolada, propia de estados donde la adrenalina y la energía desmesurada son mayoría. Por otros, se encontraban con la vulnerabilidad, la sensibilidad y hasta a veces, con el miedo en su estado más puro. Otras veces, por alguna hendidura brotaba la envidia y la furia. Éstas se hacían presentes en el recorrido de alguna de ellas, al ver la cantidad de obstáculos que le tocaba vencer en comparación con los de las otras; o, al ver la fortaleza de sus compañeras en comparación con su propia debilidad. En varias ocasiones, a la vuelta de alguna circunvolución, se cruzaban también con el cansancio. Éste era muy fácil de identificar. Al momento de sentirlo aparecer, se escondían en algún hoyo propio del lugar donde no pudieran ser atacadas ni descubiertas por sus compañeras. Esto generaba una suerte de incertidumbre en las que aún permanecían a la vista, y una sonrisa pícara y orgullosa al creer que aquella compañera a la que ya no podían ver, había quedado fuera de carrera. En otras vueltas del camino, aparecían la desesperanza, el desgano y las ganas de rendirse. Éstos se apersonaban bastante seguido. Sobre todo, al no saber cuándo sería el final del juego y al ver que después de tanto tiempo, las tres seguían fuertes y en pie recorriendo dicho laberinto. Sin embargo, ellas sabían que si se dejaban vencer, pagarían con su propia vida. Entonces, en esos momentos, ellas se preocupaban por buscar, de forma ansiosa y desesperada, la fortaleza y las fuerzas necesarias entre las circunvoluciones de aquel camino.
Dicho viaje fue una experiencia tan apasionante como aterrorizante. M, E y L pasaron muchos días juntas, atravesando muchas etapas dentro de su relación a lo largo de dicho recorrido, algo parecido a lo que sucede en los vínculos humanos. Hubo momentos de unión y otros de cierto distanciamiento. Tiempos en los que discutían más y otros en los que se llevaban mejor. Momentos de tolerancia y cuidado, intervenidos por otros de desapego y falta de interés. Sin embargo, hubo una característica en las tres que nunca fue dejada de lado: la competencia extrema que las llevaba a ponerse siempre en primer lugar. Es decir, la necesidad de vencer a cualquier costo, aunque esto implicara la muerte de cualquiera de sus compañeras.
El recorrido por este laberinto duró mucho tiempo. No podría especificarlo en este instante. Acaso porque no lo recuerdo, acaso porque tal vez no quiera contarlo ahora. No lo sé. Lo que no olvido es la cara del médico, quién, luego de haber pasado días enteros sin sonreírnos y casi sin mirarnos, aquella tarde salió de la habitación, y, con cierta esperanza entremezclada con alegría, nos informó: hemos descubierto que el niño posee tres bacterias en el cerebro. Afortunadamente, los antibióticos han logrado exterminar a dos de ellas. Aún nos queda encontrar el adecuado para eliminar a la última.